STIEG LARSSON: VIVE EN SUS LIBROS
Por María Angélica Aparicio P.
Grandes escritores hacen magia con las
palabras para amarrar al lector a sus textos. Montan una trama tan minuciosa y
estudiada, que no se puede abandonar el libro sin un motivo relevante. Conocer
la historia, el movimiento de los personajes y qué situaciones se presentan, se
convierte en la tarea del día para quien ha seleccionado una novela de
persecución -ficticia- entre policías y malhechores.
Stieg Larsson era un experto en estas
novelas de ficción que seducen por su trama. De ojos pequeños y cabellos rubios
bien cortados, Stieg tenía un formidable aspecto físico. Sus labios apretados
lo hacían sexy para el género femenino. En la calle, en los restaurantes y en
los cines, o viéndolo frente a su vieja máquina de escribir -que tuvo desde la
adolescencia-, no pasó desapercibido. Cautivaba por su altura y su sonrisa.
Larsson escribía, con preferencia, en
las noches. Tecleaba con fuerza cerciorándose que amaba escribir. Durante el
día se dedicaba al periodismo. Por la noche, producía un ruidito insoportable
con su máquina de escribir en aquel municipio de Suecia donde vivía con sus
abuelos. La costumbre de trabajar alumbrado por la luz artificial, se quedó
pegada como un chicle en este trabajador incansable.
Comenzó su carrera periodística como
diseñador gráfico de una agencia de noticias. Pronto unió su voz contra el
racismo, la guerra de Vietnam finalizada en los años setenta, las tendencias
antidemocráticas de su país natal; contra la violencia de los años noventa que
se ejercía en las calles de Suecia. Larsson, no era precisamente un periodista
silencioso y cobijado por el anonimato. Se hacía sentir, y cada vez, con mayor
fuerza y carácter.
Entre paquetes de tabaco y tazas de café
acompañadas con comida chatarra, Larsson escribió sus mejores obras literarias.
Sin duda, era un experto en crear suspenso, y en enmarañar con arte, los hilos
de la historia. Su libro titulado “La chica que soñaba con una cerilla y un
bidón de gasolina” no sugiere gran cosa; sin embargo, su peso asfixia pues son
730 páginas que se veneran, o se rechazan.
Pero Larsson supo ambientar este libro
no solamente con un juego de personajes entre policías, mujeres y científicos,
sino con la intriga, el miedo, y la ambientación arquitectónica de barrios y
apartamentos que componen a Estocolmo -capital de Suecia-. Como un experto
cocinero, combinó distintas infraestructuras y personajes agregando situaciones
picantes e inimaginables, para lograr finalmente un delicioso budín de letras.
A Lisbeth Salander -su personaje
central- la transforma en una chica bajita y delgada, reflexiva y dinámica, con
un nivel sobresaliente para descifrar enigmas y un dominio destacado de las
matemáticas. Goza de intuición aguda y de una fuerza física sobrenatural. Le
atañen la maldad, los malos actos de la gente, el feminicidio. Lucha por
torturar a los violentos para hacer libre a la sociedad sueca.
Lisbeth es su as, la aguja que mueve el
tejido de la obra. Pero también se encuentra Mikael Blomkvist, un reconocido
periodista -ficticio- que bien podría ser él mismo Larsson. Mikael es el típico
profesional consagrado al periodismo, que atrapa a mujeres -en el buen sentido-
por su carisma, sus retos investigativos y su porte. No es el “sueco divino”
ejemplar, pero gana piropos, picadas de ojo, respeto profesional y aprecio del
género femenino.
Lisbeth y Blomkvist tendrán a su cargo
el desglosamiento de la trama. Un grueso acontecimiento hará que el periodista
crea en Lisbeth, no como la autora de asesinatos, sino como la mujer que busca
justicia tras vivir como una víctima perseguida. Y esa fe de Blomkvist, hará
que se desencadene la madeja de lana que inventó el autor.
Larsson trabajó duro en esta obra de
ficción para atrapar a los lectores de novelas con su narrativa. Pasó sus
buenas horas, también, elaborando su otro libro, titulado: “Los hombres que no
amaban a las mujeres”. Es un trabajo consagrado al misterio de una joven sueca
que desapareció cuando nadie lo esperaba. Será Mikael Blomkvist –el mismo
Blomkvist de la chica de la cerilla- quien desenrosque la tragedia.
Stieg tenía una habilidad envidiable
para la escritura, un don fuera de serie; es un hecho indiscutible. La vivencia
con sus abuelos en una casa de campo hasta los nueve años; su ingreso al
ejército sueco, su valía como conferencista y su lucha para combatir el racismo
que se ha movido como una culebrilla en la sociedad sueca, lo curtieron como
periodista y escritor.
La muerte le sobrevino igual que la
desaparición repentina del personaje Harriet Vanger, en “Los hombres que no
amaban a las mujeres”. Falleció a los cincuenta años, cuando continuaba siendo
un activo militante de las letras. Suecia, el mundo literario y la prensa
perdieron un alfil importante en el campo de la novela de ficción y de la
investigación periodística. Se fue sin los premios que le fueron reconocidos a
partir del año 2005, y sin saber que una de sus obras -“Los hombres que no
amaban a las mujeres”- obtuvo un voluminoso récord de ventas.
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