DICE GLORIA PACHÓN DE GALÁN: “SÓLO PODRÉ PERDONAR CUANDO SE REVELE TODA LA VERDAD SOBRE EL MAGNICIDIO DE LUIS CARLOS GALÁN”
Por Guillermo Romero Salamanca-Prensa CPB
Doña Gloria Pachón de Galán habla con los ojos. Tiene una
memoria prodigiosa y relata con minucioso carácter cada uno de los hechos que
han marcado su vida. Era muy, muy niña, cuando descubrió cómo era el trabajo de
un periodista. Ocurrió el 3 de septiembre de 1939. Ese día, su padre, don
Álvaro Pachón de la Torre escuchó en su radio de onda corta, marca Zenith, cómo
se producía una noticia y empezó a gritar nervioso: “Estalló la II Guerra
Mundial, estalló la II Guerra Mundial”.
Ella no comprendía a ciencia cierta lo que pasaba, pero
vio cómo don Álvaro salió presuroso con una librera de apuntes para El
Liberal, el periódico que dirigía el expresidente Alberto Lleras Camargo. “Fue
el primer diario en dar a conocer esa infausta noticia”, recuerda ahora. A partir
de ese momento, todos los días, tanto sus padres como sus amigos, sólo hablaban
de los sucesos que ocurrían en Europa, luego en África y después en Asia.
Creció al lado de su hermana Maruja, y vivieron así
muchos de los grandes acontecimientos de la vida política nacional e
internacional. El 10 de julio de 1944, por ejemplo, mientras esperaban el bus
del colegio en la avenida Caracas, apareció su papá para devolverlas
intempestivamente a la casa. “¡Amarraron a López!”, les gritó convencido de que
entenderían la trascendencia de sus palabras.
En la noche, se enteraron del frustrado golpe de Estado
del coronel Diógenes Gil, quien tomó preso en Pasto al presidente Alfonso López
Pumarejo, produjo una crisis política que rompería su período de cuatro años y
lo llevaría a la renuncia, antes de cumplir su mandato. Esto ocasionó que
Alberto Lleras Camargo –un amigo de la casa—asumiera la presidencia.
En su hogar sólo se hablaba de noticias, escritos,
movimientos políticos, sucesos y conocía a los grandes líderes de la vida
nacional. Uno de los personajes más comentados en esas tertulias era Jorge
Eliécer Gaitán, de quien conocían por los relatos de don Álvaro, quien como
buen liberal asistía a las famosas tardes culturales que organizaban en
compañía del líder.
El 9 de abril de 1948 doña Gloria estaba con su hermana
en el Colegio de la Presentación en Chapinero y cuando esperaban ingresar al
salón, su padre llegó presuroso gritando: “¡Mataron a Gaitán!”. Tenía escasos
12 años cuando ocurrió el magnicidio y vivió los siguientes días trágicos
escuchando tiroteos y viendo a transeúntes que llevaban cosas de los asaltos a
los almacenes de la ciudad. Su padre era muy cuidadoso y celoso con lo que
podría ocurrir, pero siempre contaba como anécdota cómo Jorge Isaacs, nieto del
autor de La María y esposo de una tía suya, decidió salir a comprar un pan que
le había encargado su mujer. “La imbecilidad de alguien capaz de perder la vida
por un pan”.
No vivieron holgados, porque vivían del salario de un
periodista. Un día, como hecho milagroso, ganaron una lotería con el número
2345 y con esa escalera recibieron mil pesos que se convirtieron en un juego de
sala y “cobijas para las niñas”. En septiembre de 1952 partió a London, cerca
de Toronto. Sería su nueva residencia mientras estudiaba en el Alma College.
Gracias a su compañera de cuarto y de estudio, Gail Buck, escuchó los
primeros compases del rock and roll, conoció algunas ciudades de los Estados
Unidos y recuerda con especial cariño esa Navidad con sus tías en Nueva York.
En marzo de 1953 recibió una infausta noticia: su padre
había sufrido un accidente de tránsito. Debió entonces trasladarse a Nueva York
y dos semanas después llegó a Bogotá. Se paralizaron así sus planes de estudio
y sólo cinco años después recibieron una indemnización de 70 mil pesos por el
accidente.
Pero ese 1953 también representó un hecho histórico
para su vida. Después de una visita a Enrique Santos Montejo, Calibán, recibió
una propuesta: trabajar en El Tiempo. “Yo no era periodista ni escritora, era
una niña que debía trabajar y entonces me asignaron como auxiliar de la
redactora de la sección de sociales.
“A MÍ ME RECIBIERON EN EL CPB SIN SER PERIODISTA”
Unos meses antes de su muerte, don Álvaro fue elegido
como presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá. “Era la primera agremiación
fundada con el propósito de defender los derechos de los periodistas,
especialmente de aquellos cuyas circunstancias laborales y económicas, no solo
en Bogotá sino en otros lugares del país, no eran las mejores”. “Yo no era
periodista, pero, de todas formas, me ingresaron al CPB. Recuerdo que organicé
durante varios años las verbenas de fin de año, que eran unas fiestas que se
hacían en el hotel Tequendama y recolectábamos fondos para el Círculo.
En esas reuniones del Círculo conoció a Yira Castro,
quien era fiscal y además la esposa de Manuel Cepeda Vargas. Fueron muy amigas
y sintió su fallecimiento el 9 de julio de 1981. Luis Carlos Galán le comentó:
“Tengo que darte una mala noticia, sé que te va a afectar mucho: murió Yira
Castro de Cepeda”.
Fueron 18 años de diversos trabajos en El Tiempo, en
varias secciones. Vivió los hechos de la subida y caída de Gustavo Rojas
Pinilla. Conoció de primera mano los hechos del nacimiento del Frente Nacional.
La llegada del hipismo a Colombia. Los primeros movimientos de la balada y las
canciones de Elvis Presley. Colombia y en especial Bogotá vivían aquellos
inolvidables años sesenta. Un día le encomendaron una labor especial: acompañar
la gira del presidente John Kennedy en su visita a Colombia. Estuvo en todos
los puntos de la agenda, desde su llegada al aeropuerto, pasando por sus
reuniones en el Palacio de San Carlos y la inauguración de Ciudad Kennedy.
Además, acompañó a Jacqueline Kennedy a su visita al Hospital Infantil. ¿Cómo
era la señora Kennedy? Lindísima. Muy sencilla. Una persona que irradiaba
tranquilidad y bienestar.
En 1965 llegaron al periódico tres jóvenes inquietos y
deseosos de cambiar el mundo periodístico: Enrique Santos, Daniel Samper Pizano
y Luis Carlos Galán.
Conocía a los dos primeros, pero el último, era un
misterio. “Era muy delgado, con el pelo ensortijado y cuidadosamente peinado y
sus ojos, entre azules y verdes, tenían una expresión de asombro. Parecía un
muchacho descubriendo el mundo. Pero la primera sorpresa la tuve cuando se
sentó, en medio de la tertulia, a enseñarnos el primer número de su
revista Vértice publicado en noviembre de 1963”, recuerda doña
Gloria en su libro “18 de octubre”. Pensó que podría ser familiar de José
Antonio Galán, el líder comunero.
Sus conversaciones siempre eran de temas políticos y
lecturas sobre economía. Los dos hacían trabajos juntos, pero ella no veía
ningún tipo de acercamiento. Salían, cubrían informaciones, participaban en las
tertulias del periódico, hablaban de los temas periodísticos, pero nada de
romance. Incluso estuvieron en la llegada del papa Pablo VI a Colombia.
“Un día me llamó para que fuéramos a la fiesta del
cumpleaños que le ofrecían los periodistas al director, don Roberto
García-Peña. Los dos teníamos Chevrolet 1953, el de él era azul y el mío
amarillo. Sin embargo, él me recogió. Él manejaba supremamente mal, se
estrellaba a cada rato y justo ese día, perdió el control del carro y fuimos a
parar a la recepción del edificio de Ecopetrol en la carrera 13 con 38 y
entonces, después de un rato, comprendí que lo nuestro no era una simple
amistad y desde ese día nuestra vida cambió”.
UN MAL BAILADOR, PERO UN GRAN JUGADOR DE PÓKER
--¿Qué tal bailaba él?
--Era malísimo para el baile. Me tocó enseñarle. Cantaba
en algunas ocasiones y el tema que más le gustaba era el de “Campesina
Santandereana”. El 20 de julio de 1969, en su casa, mientras veían los
sucesos de la llegada del hombre a la luna, él le dijo muy serio:
--Necesito tu respuesta definitiva. No tengo ninguna duda y para mí es
importante contar con tu aprobación. --Hablemos mañana con tranquilidad, fue su
respuesta.
El 1970 el presidente Misael Pastrana Borrero lo nombró
Ministro de Educación y el 22 de diciembre de 1971 marcaría no sólo la fecha de
su matrimonio, sino el momento en que realmente comenzaron a conocerse. La vida
política comenzó a ser más profunda cada día, y la alternaba con sus labores en
el hogar. Cuando nació su primer hijo quería que se llamara Juan porque él era
muy devoto a Juan el Bautista. Su segundo hijo también tenía el nombre de
Juan, pero el sacerdote no lo registró así y, entonces, quedó solo como Carlos
Fernando y para el tercero, Claudio Mario, no insistió más con ese nombre.
En familia le gustaba jugar póker. “A él no le gustaba
perder y, a veces, las partidas eran larguísimas hasta que él ganara. Cuando
jugábamos con los niños, ellos decían: nos toca dejarlo ganar para que nos
vayamos temprano a dormir”.
Doña Gloria recuerda que, a pesar del trabajo político,
de las agendas tan milimétricamente ocupadas, él siempre asistía a las
reuniones de padres de familia que hacían en el Instituto Pedagógico Nacional
donde estudiaban sus hijos. “Él hablaba con los profesores sobre cada uno de
ellos y les mandaba cartas preguntando algo u ofreciendo disculpas por una
ausencia”, recuerda.
“Luis Carlos era muy crítico con la vida política, pero
especialmente con el Partido Liberal. Eso le originó muchas enemistades. Él no
quería ser presidente para mandar, sino como un medio para cambiar al país. Conversábamos
siempre sobre los diversos sucesos como el nacimiento del M-19, el robo de la
espada de Simón Bolívar y fuimos parte de la creación de la agencia de noticias
Periodistas Asociados, luego el nacimiento del Nuevo Liberalismo, pero había
algo más que el país le pedía y eso nos ponía en conversaciones a cada
momento”, relata ahora doña Gloria.
“NO TE EXPONGAS”
Desde su primer período como senador, Luis Carlos Galán
encontró contradictores entre sus colegas. “El principal fue Alberto Santofimio
Botero, cuyo recorrido político en distintas ejecutorias y actividades en su
anterior paso por la Cámara de Representantes había sido objeto de serios
señalamientos e incluso de fallos adversos por parte de la justicia”, cuenta
doña Gloria.
Hace unos años doña Gloria entregó el testimonio de su
vida, de sus años con el líder, de su pensamiento político y de un sinnúmero de
anécdotas y momentos cruciales en la vida nacional. Fueron años de
investigación y de recuerdos plasmados en el libro titulado como “18 de
agosto”, precisamente, a los 30 años del magnicidio. El 18 de agosto de 1989,
Luis Carlos Galán Sarmiento partía para una manifestación en Soacha. Ese día,
un grupo de siniestros personajes determinaron acabar con la ilusión de los
colombianos de tener un presidente que pensaba distinto.
“Antes de despedirnos le hice la recomendación de
siempre, segura de que no la atendería: --No te expongas en un vehículo
destapado--. Y me convencí, como siempre, de que no obstante las evidencias y
los temores, tampoco en esta oportunidad podría ocurrir algo malo. Nos dimos un
beso, un beso de despedida desprovisto de cualquier sensación que no estuviera
dentro de lo rutinario, como tratábamos de hacerlo cada vez que evitábamos
reconocer un eventual peligro”.
--¿Podrá perdonar doña Gloria?
--Ese verbo no existe en mi vida, sólo lo tendré en
cuenta cuando se devele toda la verdad sobre el asesinato de Luis Carlos.
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