EN EL VALLE DEL OLD PARR
Por Guillermo Romero Salamanca -Sentir
vallenato
Cuando un grupo de periodista cachacos
pasábamos la pista del aeropuerto Alfonso López Pumarejo en Valledupar,
sabíamos que habíamos llegado al mundo mágico del vallenato donde
las grosellas , el queso costeño sin igual, el mango –que
parece una mantequilla—el coco recién cortado, la carne pangá, el
sancocho y los sabores ancestrales preparados por María
Iberia Ustáriz Ramos , conocido como “ La bella ”, a unos pasos
del hotel Vajamar , serán algunas de las compañías de aquellas
melodiosas jornadas. Pero, sobre todo, era necesario preparar la garganta
para saborear ese líquido dorado, misterioso y atrayente llamado Old
Parr.
Luego de una invitación a consumir los
inigualables platos de “La bella”, una de las bromas más frecuentes que nos
hacían los anfitriones a los periodistas cachacos que íbamos a cubrir
las incidencias del Festival de la Leyenda Vallenata era que le
solicitamos a la dueña, la factura del consumo para justificar las cuentas.
--Señora, le decíamos respetuosos, ¿por
favor nos puede dar una factura de la cuenta?
--¡Qué factura ni qué hijueputas, le voy
a dar, si me va a pedir esa maricada, no venga más por acá, pedazo de cachaco!,
decía a grito entero y claro, los comensales soltaban la carcajada y ya sabían
quién era el nuevo periodista cachaco.
Por fortuna el color rojo de las
mejillas se disimulaba por el calor del mediodía, mientras pasaba el susto de
ver a esa mujer energúmena.
Lo mejor era que la broma se repetía una
y otra vez. Siempre hubo un inocente.
Los mangos
de Valledupar tenían un sabor especial y, además, veía uno cómo eran
tajados en rodajas y parecía más bien que estaban haciendo cortes en un trozo
de mantequilla.
En las esquinas se ubican vendedores de coco. “Ajá, cachaco,
le tengo la agüita para refrescarse”, decían mientras de un machetazo
le volaban un pedazo a la nuez, mientras lo sostenía con la otra mano.
Antes del regreso a la fría Bogotá deberíamos ir a la plaza de
mercado a comprar el bendito queso, requisito indispensable para recibir una
sonrisa amplia a la llegada a la casa luego de 8 días de parranda.
Y es que ese queso tenía un sabor especial, salado, indispensable para
los caldos, sopas, pastas o se empleaba para tomar café o, simplemente, frito.
Pero era difícil no llegar a una reunión, un encuentro, un almuerzo, una
parranda sin que no hubiera al menos un Old Parr. Este whisky era
compañero inseparable para todos. Era imposible para el fotógrafo tomar
una placa de algún personaje o invitado sin que no estuviera con una botella en
la mano.
Gracias al contrabando el Old Parr era más económico que el
aguardiente o el ron. Y claro, los cachacos estamos felices por
las delicias del líquido escocés y porque aprendimos a tomar en
copitas chiquitas, tragos corticos de un jalón, sin usar los labios, tal como
lo hacen los valduparenses.
El contrabando, no sólo había
traído acordeones, sino también cigarrillos y whisky. Se cantaba entonces la canción del maestro Rafael
Escalona, “El Almirante Padilla”. “Allá en la Guajira arriba/
donde nació el contrabando/ el Almirante Padilla llegó a Puerto López
y lo dejó arruinado. El Almirante Padilla llegó a Puerto López y lo dejó
arruinado”.
Cuentan que el Old Parr fue bautizado así por
los hermanos Greenless en Londres, como un homenaje a Tomás
Parr, un personaje que según asegura la leyenda sufrió más de 150 años, con
decenas de historias pintadas y escritas por personalidades del mundo entero.
En Valledupar decían que el Old Parr – viejo
Parr - servía también para la cura de los problemas del colon y que sus
colores, sabores y olores daban energía a la vida. Incluso, agregaba,
el viejo Parr se tuvo a los 80 años y tuvo dos hijos a esa edad y que
más tarde, después de los cien años, tuvo otro hijo y contrajo de nuevo
matrimonio.
En recuerdo de la leyenda, en Valledupar empinaban el codo
para celebrar la historia.
El maestro Iván Villazón ratifica que el whisky es
fiel compañero para las determinaciones en Valledupar, con su canción “Old
Parr”.
Me dijo el gerente del banco/ Su crédito no lo puedo aprobar/ Y al tipo
lo fui debilitando/ Tomando tomando buen Old Parr / Y antes de que
cantara el gallo/ La plata me pude embolsillar/ No es santo, pero me hace
milagros/ Yo todo lo arreglo con Old Parr.
Por estas y otras historias, bien merecidas, Valledupar es
conocido como el “Valle del Old Parr”.
#RevistaOccidental
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